La percepción que le queda a uno después de tantos años es la de una institución convertida en parte en un lujoso retiro espiritual donde la práctica habitual es el pillaje; una residencia no para jubilados sino para el júbilo, situada en ese pantanoso terreno que discurre entre lo público y lo privado. Tremendamente anacrónica. No estamos hablando de toda la SGAE: los intentos de cambiar la situación también han venido desde dentro, la última vez con una candidatura alternativa formada por gente con pinta de ser más honesta…
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